Esperamos tu asistencia a la Conferencia de Rocío Tizón en las Jornadas de Rol Castilla y Dragón.

viernes, 12 de septiembre de 2008

Finalistas del Concurso de Relatos

Ya tenemos la lista de finalistas del concurso de relatos. Aquí están:

1 - Encuentros

Disfrutaba fotografiando las abubillas, pero pisé una violeta y me picó una abeja. Entonces me extravié en el monte. Ahora camino junto a una encina centenaria, plagada de agallas. Me cae un leño. Hilachos de líquenes verde cenizo me cuelgan por la cabeza. Me sale un chichón.
Sigo un rastro de herraduras, hasta una cabaña ruinosa. Los ladrillos huelen a turrón. Hay trozos de chocoteja. En un árbol leo: ‘Hänsel war hier’. Un lobo merodea entre los escombros. Escucho cascos y continúo. Doy alcance a una mula. Su jinete me apunta fijamente con ojos fosforescentes. Y para más canguelo, con un fusil oxidado, de cuando la guerra.
–¿Amigo o enemigo?
–¿Cómo...?
–¿Perteneces a la mugre fascista sediciosa o a los leales amigos de la República? ¡Contesta!
–Soy rojo hasta el tuétano.
–Eres un maldito espía.
Hace una mueca y aprieta el fusil. El cuero reseco de sus labios deja ver los dientes cadavéricos. Un olor pestilente me llega desde su boca semiabierta. Me tapo la nariz mientras hablo:
–¿No escuchó?
–¿Qué?
–Terminó la guerra, puede irse a casa
–Muchacho, la guerra nunca se acaba.
Se arrima y dice:
–¡Qué contenta se pondría la Zoila si me viera! Pero debo permanecer alerta.
-Me recuerda mucho a mi tío-abuelo. Se casó también con una Zoila y se perdió en la guerra.
–¡Qué coincidencia! Ten esta aceituna.
La tomo y el extraño personaje desaparece como por ensalmo.
Sigo el sendero. Una cerca de troncos, cubierta con violetas, me corta el paso. Cráneos humanos me miran con cuencas vacías. La puerta semeja unas fauces gigantes. Un único ojo brilla sobre ella. Durante un instante me quedo inmóvil. El bosque también. Retrocedo, pero una fuerza en mi interior me envalentona. Como si fuera Juan el Indiano, lanzo la aceituna gritando. Acierto al ojo, las fauces se abren y penetro de un salto.
Ruedo por un suelo húmedo. Freno de cabeza contra una mesa de pino. El vapor que sale de un caldero abollado no me deja ver. ¡Vaya olorcillo a pestiños!. Como no me ofrecen, agarro uno a hurtadillas y me lo zampo. ¡Que rico! ¡Mejor que el turrón de supermercado! Me siento etéreo, floto, me crecen plumas. En medio de la habitación veo un ser con ojos, orejas, boca y patas felinas, pero cuerpo de mujer. Enfurecida, me da tal puñetazo que me trago un diente, tropiezo con una collera y caigo. Se abalanza sobre mí. La cabaña retumba, gira como si la agitase un unicornio de feria embravecido. Me escabullo por la chimenea. Desde el tejado aleteo con todas mis fuerzas. Ahora todo el bosque ruge.
Vuelo. Soy un buitre leonado. Junto al acantilado, otros buitres se dan un banquete. Bajo acrobaticamente, aterrizo de cabeza, alargo el cuello, lanzo picotazos a diestro y siniestro, me jalo un hueso, me atraganto, vomito todo, incluso el diente. Me transformo en humano. ¡Bienvenidas uñas cortitas! ¡Adiós cuello telescópico! Pero... ¡después de tantas penalidades!... ¡no gané ni Tesoro, Castillo, Princesa, Puntos Extra, ni Nada!. ¡Vaya chasco!

2 – Uno Al Amanecer

El amanecer extendía su manto cegador sobre el cadáver que, sentado, como si hubiera muerto esperando ver salir el sol, estaba frente a la puerta de Macaria.
Los tecolotes cantaban sobre los techos con un sonido que pocas veces se les había oído.
-Sólo en día de muertos se oye a los tecolotes cantar así –le dijo Macaria a su esposo -¿tú qué crees que haya pasado esta vez?
-Son puras patrañas, mujer –respondió Chuy a su esposa –los pájaros cantan porque tienen hambre o porque tiene frío o porque así se comunican con los otros. Nunca pasa nada en este pueblo, y hoy no será el día que pase algo.
-Por cierto, viejo, ¿ayer llegó el chamaco ese a dormir?
-¡Yo qué sé Macaria! Ya está grandecito, si llega o no llega, a mí qué me importa… yo lo quiero ver en el campo a las seis, y pobre de él que no esté ahí. Y ya levántate, que tengo hambre, hazme unos huevos con salsita roja.
-Qué huevos ni qué nada, ahí hay pan y leche, y si no hay leche, ahí está la vaca, huevos no hay.
El día comenzaba a tomar forma, las voces del despertar se escuchaban a lo lejos, pero ninguna llegaba hasta el callejón de Macaria y Chuy. La gente muy temprano se levantaba al quehacer, a comprar el pan, la verdura, a matar sus pollos o a robar los del vecino.
-¡Doña Maca! ¡Doña Maca! –gritó una vecina -¡Doña Maca! ¡Levántese, doña Maca! ¡Don Chuy!
-¿Ahora qué querrá esa vieja loca? ¡Que se calle! Me está arruinando el desayuno, anda a verla… -dijo Chuy
Macaría salió con prisa, más por callar a la vecina que por ver qué pasaba.
-Doña Mila… buenos días ¿qué se le ofrece hoy?
-Doña Maca… es Jesusito…
Entonces una convulsión movió al cadáver para saludar a su madre. Aún estaba fresco.
-¡Pero Jesús! ¡Jesusito, hijo! –exclamó Macaria con el llanto que rebosaba de su boca.
Fue el primer ataque de la bestia en el pequeño pueblo. Todos los días, frente a sus casas, amanecían niños, sentados, saludando con cabeza y convulsión a quien pasaba, y muertos, frescos, pero muertos. Dos agujeros en la cabeza, lo que quedaba de cerebro resbalaba por la nariz.
Niño tras niño, velorio tras velorio, llanto tras llanto, terror y más terror. Los niños en la cama, las madres en las puertas y en un parpadeo, un muerto, y otro, y otro.
El asesino, la bestia, permaneció oculto. Se sospechó del loco anciano misterioso, que llegó el día del primer ataque de un lugar muy lejano, al que le creían brujo. Entre todo el pueblo, se le dio muerte, se le ató y se le torturó en venganza por los niños muertos. Y todo se acabó.
Al amanecer siguiente, un niño más amaneció frente a su puerta, sentado, saludando con convulsiones a quien pasaba. Muerto, fresco, pero muerto.

3 - La dama de negro

Ella sale a caminar y a pasear su mastin por la vereda del cementerio de La Recoleta en Buenos Aires.
Alta la noche…
De madrugada…
La niebla es baja y muy espesa… Se mezcla con el humo del cigarrillo que fuma ávidamente. Boquilla muy fina y larga…
Zapatos negros, pantalón negro, suéter negro de cuello alto, la melena también negra y suelta que el aire la lleva hacia atrás.
Tick-tack. Tick-tack. Tick-Tack… El tacón de su zapato como un metrónomo.
Paso felino, elegante, acompasado, seguro.
El la ha visto desde su balcón como todas las noches y también sale a pasear a su salchicha… Busca un pretexto, lo apasiona esa mujer… Esa figura…
Ella va y viene. Va y viene.
El, hoy a decidido abordarla.
Cuando Ella pasa frente a El y suelta el mastín El se acerca.
-Perdón.. Me da fuego…
Ella se detiene sin mirarlo.
El insiste otra vez: -Perdón, me da fuego…
Ella gira el cuerpo y busca su rostro…
El por tercera vez con mucha timidez vuelve a pedirle fuego.
-Yo no fumo - contesta dulcemente Ella…
-Pero…
-No, no fumo. Lo hice durante muchos años cuando estaba viva.
Engancha entonces el collar de su mastín y atraviesa los portones del cementerio caminando rápidamente sin asentar los pies en el suelo.

4 – Al Final de la Escalera.


Queda y cerrada la noche. El hombre que acababa de participar en un juego de rol se había mimetizado en el personaje. Atravesó el cementerio guiándose por la brasa del cigarrillo, atajando. Bajo los sepulcros se oían bisbiseos: retorcidos rezos nocturnos de almas en vilo que removían los mármoles grises, rosados, verduzcos. Cruces de flores sobre piedra, de cobre y de latón. Lejanos, amortiguados por los muros de adobe, atravesándolos, los llantos de plañideras antiguas ululaban entre los rastrojos que rodaban por tierra santa, arañándola. El hombre saltó ágilmente la verja con lanzas de hierro que querían apuntalar el cielo. Salmos de viento le helaban el oído cuando ya estaba en medio del irregular sendero violáceo que le llevaba al caserón, entre la maleza, en la salida sur del campo santo. A su izquierda, los nenúfares brillaban diamantinos tachonando el plateado lago con estrellas en flor. Halos de niebla, como coros de hadas susurraban templadamente flotando en la acuosa superficie. A la derecha, allá donde se perdía la vista, las montañas se recortaban diluidas como oscuros lomos de animales gigantes, auténticos monstruos que invitaban al desasosiego. El frío cuchillo ambiental rasgaba la cortina de la noche. Acelerando el paso entró en la mansión de paredes descascarilladas. Las escaleras de madera viajaban hasta la buhardilla. Miró la puerta agrietada en lo alto. Los primeros escalones crujían lastimeramente. Se paró conteniendo la respiración. Se escuchaba detrás de la puerta una nana infantil; escalofrío. Tras un pie, el otro: pies ahora de silencio, de contenida cautela. Abrió la puerta lentamente empujando la argolla circular; el gemido de las bisagras también fue lento y apesadumbrado. Una mujer lívida amamantaba a su hijo recién nacido meciéndose en una butaca de anea; a sus pies, el todavía caliente cordón umbilical siseaba como serpiente agonizante. La mujer, al verlo, perdió su sonrisa cálida, sintió un vuelco, dejando la fuente de leche atravesando el aire. “¿Vienes a buscarme para llevarme?”, farfulló la madre con los labios temblorosos, acartonados. El hombre aplastaba un cigarrillo con la peluda cola y parecía iluminado por dentro, como si se hubiese bebido la luna de Bagdad de un cuento de Las Mil y Una Noches.

5 - El Dodecaedro Brillante

Groham el bárbaro alzó su maza de guerra y la estrelló contra la cabeza mutante del sacerdote zombi. Croc, el satisfactorio ruido de un cráneo al romperse seguido de una lluvia gris de cerebro espachurrado.
- ¡Jo, jo, jo! -ríe el bárbaro.
Sanael no da un respiro a los acólitos, lanza una lluvia mortal de flechas certeras que atraviesan cuellos, protuberancias y corazones. El elfo pasa la lengua por las plumas de fénix, coloca la flecha en el arco, tensa la cuerda y… zas, zas, zas, mata sin piedad a tres engendros inmundos.
- ¡Aaah, camejame! -Jaruc invoca los vientos de la magia.
Del talismán que llevaba el brujo en la mano emergió un rayo eléctrico que azotó a los paganos y deformes mutantes.
Usaron tentáculos, extremidades anómalas, piernas muertas… lo que fuera para huir espantados ante el feroz ataque de los aventureros. Bostac, escondido en las sombras, les apuñalaba por la espalda en su huida. Se volvió con aire satisfecho, limpiaba su daga cuando sus dotes de observación señalaron lo obvio.
- ¡Mirad, ahí está! -el ladrón apunta con su arma hacia el altar iluminado por una veintena de antorchas pulsantes.
Sí, allí estaba el tesoro del laberinto, la recompensa a la sangre vertida, a los amigos dejados en el camino.
Allí estaba el receptáculo de Poder: el Dodecaedro Brillante. Un poder con mayúscula.
Se miraron entre ellos. El bárbaro le frunció el ceño al elfo, el mago se giró hacia el ladrón acariciando un anillo.
El Dodecaedro Brillante emitía una fantasmagórica luz.
- Groham dice que el talismán es para Groham.
- Ni hablar -responde Sanael-. Pertenece a mi pueblo, es mi herencia.
Jaruc escuchaba la tensión de sus compañeros, pero ninguno como él podía sentir la magia latente. La piel se le erizaba, sus fuerzas místicas aumentaban. Ningún otro sabría manejar un Poder como ese. El artefacto arcano no debía caer en malas manos.
- Tranquilos, todos queremos el diamante, por eso estamos aquí -Bostac saca los dados trucados de su bolsita de cuero-. ¿Qué os parece si nos lo jugamos?
Se miraban tensos, expectantes al menor movimiento de los otros.
El aire en la habitación se había condensado, los Supremos Absolutos de las Altas Esferas Nebulosas habían dispuesto este escenario para el gran final. Los cuatro héroes estaban a punto de disputarse el Dodecaedro Brillante cuando una carcajada infernal resonó en el templo. Un sonido tan aberrante que rasgó los muros de la Iglesia, que removió las entrañas del mundo.
El demonio apareció. Era gigantesco, su risa llegaba desde la infinidad del cielo. Una garra rompió las nubes y se lanzó veloz sobre los aventureros. Aplastó a los héroes como a cucarachas, estiró de ellos y descuartizó sus cuerpos, sin posibilidad de resucitarlos. Agarró el Dodecaedro Brillante y se lo metió en una boca que babeaba ácido…
- ¡Mamá! ¡El enano nos ha roto las fichas y se está comiendo mis dados! ¡Ven y llévatelo, porfa!

6 - Ni el Infierno Querrá tu Alma

La oscuridad cubre su rostro. Apenas unas volutas de humo revelan su presencia. Permanece quieto, sereno, expectante. A sus pies, un despojo que alguna vez fue humano, le observa aterrado. Sabe a qué ha venido, y que no hay esperanza para él. De rodillas, suda y gimotea, incapaz siquiera de emitir una suplica coherente.

Una voz sale de las sombras. Una voz profunda y seca, como el chasquido de un gatillo.

- Es jodido estar muerto. Se acabaron la ilusiones, los sueños, las esperanzas.

Un brillo fugaz revela la existencia de un arma en su mano. No parece tener prisa. A su alrededor, sólo hay cubos de basura y desperdicios. No habrá testigos. La ciudad no tiene ojos en las alcantarillas.

- Se acabaron las mañanas, los coches, la música, los paseos por el parque. Ya no más hamburguesas, flores ni fiestas. Se acabo el sexo. El sol, los besos, el café. Las risas y el partido del domingo. No queda nada.

Ajeno a los temblores y a la orina que moja los pantalones de su víctima, continua hablando, reflexionando, deleitándose con cada palabra que se clava en los oídos de aquel desgraciado como estacas de hielo. Un gato maúlla lastimosamente al fondo del callejón.

- Y ni siquiera entonces llega la paz.

Sobre un cajón cercano reposa una jeringuilla con el chute de heroína que aquel cadáver viviente estaba preparándose. Comprende que sus espasmos no son sólo de miedo.

- Dicen que si mueres con mono, tu espíritu vaga por toda la eternidad buscando un pico que lo libere. Un chute imposible, porque ya no tienes cuerpo ni venas donde metértelo. Siempre con mono, siempre con hambre. No puedo imaginarme una condena peor.

Un rostro lleno de cicatrices surge de las tinieblas donde hasta ahora permanecía oculto. No hay ninguna expresión en él, como si estuviese tallado en piedra. Su mirada gris se fija en los ojos arrasados en lágrimas del drogadicto.

- Pero lo más jodido de estar muerto... es no saberlo.

7 – El Regreso

El olor de la sangre fue lo primero que percibió y le permitió orientarse hacia la cabaña del bosque. Sus sentidos externos le ubicaban con más rapidez que su memoria. Eso sucedía desde aquella noche fatídica que había cambiado su vida para siempre.
Cuando captó el rumor del río, decidió contemplar su aspecto en él antes de llegar a la cabaña. El agua le devolvió un reflejo difuso e inquietante, de cabellos desgreñados. Él sabía que lo peor eran sus ojos: su iris era ambarino; su pupila, una rendija estrecha. Tenía ojos de bestia.
Ella se asustaría en cuanto se enfrentase a su mirada y él no lo deseaba. Extrajo de su jubón un trozo de tela y confeccionó una venda que ató alrededor de sus ojos. Junto con la capa que escondía su musculatura y el cayado en el que se apoyaba, quiso creer que ofrecía la estampa perfecta de un pobre ciego.
Avanzó hacia la que había sido su cabaña. En ella había vivido una existencia tranquila con Elsa, hasta aquella terrible noche de hacía unos meses. Recordaba los aullidos y el aterrorizado balido de sus ovejas. Había acudido con valentía a defender su ganado, armado con una gruesa estaca. Pero aunque se había enfrentado a lobos en más de una ocasión, no esperaba aquel enemigo. Aquella criatura era descomunal, tres veces más grande que cualquier lobo. Apenas tuvo tiempo de alzar su garrote cuando la bestia se abalanzó sobre él. Lo último que pudo ver fue el fulgor ambarino de los ojos del animal.
Cuando se despertó, vivo pero con una herida en el brazo, comprendió la crueldad de su destino: había sido mordido por un licántropo. Oyó a su mujer llorando en el interior de la cabaña. Huyó sin verla, incapaz de soportar su vergüenza, pensando sólo en el daño que podría infligir a su esposa si se transformaba.
Pero había regresado. Sus sentidos se habían agudizado, sobre todo el olfato. Aún bajo aspecto humano, siempre comía la carne cruda. Pero había aprendido a controlar el animal que llevaba dentro. Y ahora quería comprobar cuál había sido la suerte de su mujer. Oculto bajo su disfraz, estudiaría cuál era su situación.
La cabaña estaba vacía cuando llegó. Se quitó la venda que cubría sus ojos y examinó el interior de la vivienda. En la chimenea descubrió cenizas de un fuego que se había extinguido tiempo atrás. La gran marmita parecía estar en desuso. Sólo la mesa de madera presentaba unas manchas frescas y oscuras, que él identificó de inmediato. Eran restos de sangre.
En ese momento, ella entró en la cabaña con un conejo despellejado en la mano. El animal aún chorreaba sangre y el olor retuvo la atención del intruso antes de dirigirla hacia ella. Cuando lo hizo, ambos contuvieron un grito. Ella había reconocido a su esposo. Y él se había cruzado con los ojos ambarinos y la estrecha pupila de Elsa.
Ya no existían obstáculos para regresar, definitivamente, a casa.

8- Los comienzos nunca son fáciles.

Sentado bajo el improvisado tejadillo construido para resguardarse de la lluvia, zach observaba el mapa del reino de conwald .buscaba la manera de llegar a la capital antes del atardecer del día siguiente. Se encontraba en el bosque de sirling así que tenia dos opciones, o continuar por el camino forestal que transcurría a través del bosque o salir al camino real que era mas seguro pero que daba mas rodeo, puesto que la rapidez era importante de decanto por el primero.
Recogió sus escasas pertenencias en la mochila, se la colgó a la espalda y recogió sus armas. Un pequeño escudo de madera y una lanza (la única ama que sabia manejar más o menos).
Después de tres horas de camino llego a un claro por el que bajaba un riachuelo, decidió hacer una breve parada para descansar y llenar su vacía cantimplora. El sonido del agua trajo recuerdos a su mente, recuerdos pasados…
“aun recordaba su vida de pescador en el lago thares, a una semana de camino de la capital. A zach le encantaba la rutina: levantarse antes de salir el sol, trabajar hasta su caída, tomar cerveza hasta dormir y, si había suerte y un par de monedas, una abrigada noche con las siempres cariñosas hijas del posadero. Hasta el maldito día en que dos hechiceros decidieron que el mejor lugar par combatir era su pueblo. Secaron el lago y destruyeron el poblado, obligando a la población a emigrar. No sabia si había sido suerte o una compensación, pero la capital buscaba nuevos reclutas y era la oportunidad de volver a empezar…
Un olor a cuero sudado y animal muerto le hizo volver a la realidad de golpe. Se dio la vuelta rápidamente y se encontró de con dos gnolls, de mirada burlona, apuntándole con sendas ballestas. Antes de que tuviera tiempo de agacharse los virotes volaron hacia el. Uno le rozo el hombro, pero el otro le atravesó el antebrazo izquierdo haciéndole caer el escudo. Omitiendo el dolor del brazo zach cargo lanza en mano contra ellos. El gnoll no tuvo tiempo de reaccionar, solo pudo ver como la lanza le atravesaba el pecho de lado a lado, matándolo al instante. El otro gnoll dejo caer su ballesta, desenfundo un herrumbroso puñal y corrió hacia zach. Este intento esquivar el golpe, pero resbalo en la húmeda hierba y callo de espaldas. El gnoll se abalanzo sobre el intentando apuñalarlo. Zach contuvo el golpe con el brazo herido, aunque el dolor era insoportable consiguió quitárselo de encima, Saco un cuchillo del cinturón-que normalmente empleaba para destripar pescado-y se lo clavo en el cuello. El gnoll se desplomo entre estertores en un charco de sangre. Zach se levanto en dirección hacia el riachuelo cuando un dolor lacerante le recorrió la espalda y la oscuridad le envolvió
Su último pensamiento fue una frase de su padre: Los comienzos nunca son fáciles

9- Brecha en los evos


Pepe, alias Gandalf, miraba con hastío el lavabo roto del local pensando que era la última vez que meaba allí. El sitio estaría genial para tener tranquilidad y atmósfera para las partidas, pero a nivel higiénico... A veces llegaban vaharadas realmente repugnantes, y lo que tenían de ambientales no era lo que pretendía su máster de “La llamada de Cthulhu”, quien en esos momentos aullaba:
“¡Ph'nglui mglw'nafh Cthulhu R'lyeh wgah'nagl fhtagn!”
Se sonrió al imaginárselo declamando aquel galimatías sin perder la compostura un sólo instante:
era la especialidad de David “Bocanegra”, robar ese escalofrío inesperado a sus jugadores. Aquella vez había conseguido un auténtico pandemonio.
“¡Oh, Dios Santo!”
“¿¡Qué demonios...!?”
“¡¡Copón!!”
Este último tenía que haber sido Chus, pensó apresurándose a volver a la partida, molesto con que se pusieran a interpretar tan entusiastas justo cuando él no estaba. Cuando abrió la puerta, el pensamiento se esfumó.
Ya no había lavabos rotos.
Ya no había cortes de agua.
Vaharadas, sí. Y ratas. Cientos de ratas.
Sintió cómo la vista se le desenfocaba y el mundo perdía la estabilidad. Lo estaba viendo. Las rejillas de ventilación y los agujeros del doble techo vomitaban una cascada interminable de ratas.
De ratas. De putas ratas. “Bocanegra” titubeaba con su hoja de papel envejecido al limón en la mano, incrédulo; Chus hacía equilibrios, perplejo, sobre su silla. Claudio repartía patadas a diestro y siniestro, enfebrecido. Lara rodaba por el suelo, chillando, cubierta de alimañas.
Si le hubieran preguntado a Pepe qué haría su personaje en una situación así, hubiera contestado, sin dudar, “encerrarse en el lavabo”. Le gustaban las interpretaciones realistas. Nunca supo por qué se lanzó gritando al rescate de sus compañeros.
Sintió las uñas lacerar su piel, el repugnante tacto de los pelajes, los agudos incisivos sajando su carne, el hedor de cloaca mezclándose con el regusto metálico de la sangre, el caos, la confusión, el dolor, la angustia, la desesperación, la locura, joder, ¡demonios! En su mente se agolpaban recuerdos, los siniestros arañazos que perturbaban algunas partidas, las sonrisas suficientes de “Bocanegra”, el olor, el olor, el maldito olor. Y en mitad de aquel manicomio, risas desquiciadas mezcladas con llantos.
“¿¡Pero cuánto va a durar esta mierda!?”
“¡Evos, joder! ¡Evos!”
Como el cansancio del fin de los tiempos, la risa histérica de David fundió a negro su existencia.
Paz.
Luego, unas voces en off, ajenas.
“¿Han terminado los exterminadores?”
“Sí; menuda masacre...”
“¿Pero cómo...?”
“No sé. Acudieron a... Bueno, de algún modo las atrajeron los chicos. Comida, quizás. Debían llevar aisladas en los conductos auxiliares desde que echaron los cimientos del parking de al lado.”
“¿Se recuperarán?”
“Sí, bueno. Estaban realmente hambrientas. Joder, qué masacre...”
Pepe, alias Gandalf, se sumió de nuevo en la negrura. En su mente resonaba, como un macabro consuelo, aquella famosa sentencia: ...que no está muerto lo que duerme...
Se hubiera reído si no le hubiera dolido todo tanto.

10 – Los Inmortales

Los inmortales vivían en un planeta lejano. El hombre había llegado allí hacía muchos años y había descubierto casual e inesperadamente que el astro, por razones que no se explican, otorgaba la inmortalidad a aquellos que lo habitasen.
No tardó mucho tiempo para que el primer grupo de viajeros se atreviese a dar el gran paso irrevocable y definitivo, mientras el resto de la humanidad aguardaba impaciente y dubitativa. Las noticias que llegaban del planeta, para mayor confusión de los quedaban en la Tierra, hablaban de un estado de felicidad plena. Los nuevos habitantes, ahora inmortales, decían haber perdido el miedo, a la vida y a la muerte, recomendando si el menor titubeo el traslado de la humanidad entera.
En menos de nada la Tierra se despobló: sólo un hombre quedó en ella. Lo retuvo un temor vago e indefinido, una sospecha, razón insuficiente para otro hombre pero suficiente para él: un hombre reservado, profundo, un hombre desconfiado secretamente de la humanidad. Así pues, quedó solo, escuchando el eco del mundo, sin nada más que hacer que esperar.
Largos años pasó en silencio, mirando al cielo con la emoción contenida, hasta que llegó el día en que no pudo más. La muerte o la vida. Él o los demás. Después descubrió con horror que estaba en lo cierto: primero la oscuridad, después los contornos difusos, finalmente la voz apagada y moribunda de miles de muertos. Era un hombre de instinto certero: Nadie quiso quedarse solo. Todos mintieron.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

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